Entrevista a Sor Maria Donata Reboldi, Madre Abadesa de las Clarisas del monasterio de la Inmaculada Concepción de Albano

Entrevista a Sor Maria Donata Reboldi, Madre Abadesa de las Clarisas del monasterio de la Inmaculada Concepción de Albano

La oración incesante por el Papa

En el corazón mismo de la Iglesia, sumidas en una oración incesante por el Sucesor de Pedro, siguiendo la forma de vida trazada por Santa Clara de Asís. Esta es la misión de las hermanas Clarisas del monasterio de la Inmaculada Concepción de Albano, un cenobio situado en el espléndido marco de las Villas Pontificias.

El pasado 15 de julio, la comunidad tuvo la alegría de recibir la visita del Papa León XIV. Nos lo relata Sor María Donata Reboldi, Madre Abadesa, en esta entrevista concedida al sitio web www.vaticanstate.va

 

¿Qué fue lo que más les impresionó de la reciente visita del Papa León XIV?

La visita del Papa León a nuestro monasterio fue para nosotras un gran regalo. Lo que más nos conmovió fue su ternura paternal, su sencillez y humildad, su actitud afable y profundamente humana.

En él se percibe con fuerza el misterio de la presencia de Dios. Se nota que es un hombre reconciliado consigo mismo, que irradia una gran paz. Es una persona de gran hondura humana, como lo demostró en la atención que prestó a cada hermana, desde la mayor hasta la más joven: con una sonrisa, con la mirada, con una actitud de escucha atenta y afectuosa.

Nos dijo también que, siendo agustino, siempre ha sentido muy viva la importancia y la belleza de la vida contemplativa. Nos llenó de alegría cuando explicó el motivo de su visita: deseaba que la Iglesia conociera nuestra vocación. Añadió que sin la vida contemplativa la Iglesia no puede avanzar, y que se necesita de nosotras, de nuestra oración y de nuestro testimonio, tanto de las hermanas jóvenes como de las más experimentadas.

Subrayó además cuán valioso es poder conocer nuestra vida, rezar con nosotras, porque nuestra participación en la misión de la Iglesia es verdaderamente importante. Fue una gran fuente de aliento para nosotras.

 

¿Sentís que tenéis una misión especial al servicio de los Sucesores de Pedro, dado el vínculo particular entre vuestro monasterio y los Papas?

Sí. Ante todo, porque nuestro monasterio fue fundado en 1631 por la Venerable Sor Francesca Farnese, precisamente en coincidencia con la llegada de los Papas a la residencia estival de Castelgandolfo.

Así, el hecho de estar situadas dentro de las Villas Pontificias nos inserta en esa realidad más amplia que es el ámbito vaticano.

Nos sentimos —como solían decir los Papas, en especial Pablo VI— en el corazón de la Iglesia. Y eso para nosotras es un privilegio, un inmenso don y también una gran responsabilidad: la de sostener con nuestra oración y nuestra entrega, de modo muy particular, al Santo Padre, que hoy es León XIV.

 

¿Qué recuerdos guardáis de las anteriores visitas de los Papas a la comunidad?

Cada hermana podría compartir su propia experiencia. A lo largo de la historia hemos tenido muchas visitas de los Papas, desde la más reciente del Papa León hasta sus predecesores.

Del Papa Francisco nos conmovió profundamente su atención a la fraternidad. Recuerdo que, en su primera visita, venía acompañado por su séquito. Se colocó en la puerta de la sala capitular, hizo pasar a todas las hermanas y luego pronunció un verdadero “extra omnes”; cerró la puerta y se quedó solo con la comunidad. ¡Fue un encuentro realmente bello y extraordinario!

El Papa Benedicto XVI visitó nuestro monasterio no durante su pontificado, sino que nos invitó al Palacio Apostólico de las Villas Pontificias el 15 de septiembre de 2007. Volvió a visitarnos tras su renuncia al ministerio petrino. La primera vez fue en la tarde del Jueves Santo, el 28 de marzo de 2013, cuando celebramos juntas la Misa “in Cena Domini”. En aquel momento comprendí que ofrecía su vida a la Iglesia, al igual que Jesús. ¡Fue un signo muy elocuente!

Después nos visitó en otras dos ocasiones: el 10 de julio de 2015, en las primeras vísperas de san Benito, y el 19 de marzo de 2017, día de su onomástica. Son figuras de una gran talla humana y espiritual, revestidas de una humildad profunda.

 

En cuanto a las visitas de san Juan Pablo II, fueron encuentros de gran espiritualidad, con anécdotas alegres e inéditas…

Podemos afirmar que no solo hemos recibido la visita de Papas, sino de Papas santos. También Giovanni Battista Montini, entonces Sustituto de la Secretaría de Estado, fue enviado por el Papa Pío XII a visitar el monasterio después del bombardeo del 1 de febrero de 1944, en el que perdieron la vida 18 hermanas.

En aquella ocasión pronunció una profecía que se cumplió plenamente: dijo que cuando regresara, volvería a encontrar a la comunidad florecida de nuevas y abundantes vocaciones. Y así fue: volvió en 1971, ya como Pontífice, y la comunidad había renacido. Su profecía se hizo realidad.

 

Recordó el dramático bombardeo del 1 de febrero de 1944, que arrasó gran parte del monasterio y costó la vida a 18 monjas…

En aquel entonces, la comunidad estaba formada por unas treinta hermanas. En ese bombardeo perdieron la vida dieciocho religiosas, la mayoría de ellas muy jóvenes. Aquel día, la Madre tuvo la clara percepción de que algo grave estaba por suceder, por lo que reunió a toda la comunidad en el coro para celebrar el Oficio Divino.

Al oír la sirena que anunciaba el ataque aéreo, las hermanas comenzaron a correr hacia una gruta interna que servía de refugio. Las más jóvenes, por ser más ágiles, iban delante. Fue precisamente a ellas a quienes alcanzó de lleno la bomba lanzada por el avión. Las hermanas fallecidas tenían entre 24 y 30 años.

La comunidad quedó entonces compuesta únicamente por las hermanas mayores.

Esta tragedia ha de interpretarse desde su origen más profundo. En efecto, todo surgió de una oblación de vida que las hermanas ofrecieron.

Cuando Pío XII consagró, el 31 de octubre de 1942, la Iglesia y el género humano al Corazón Inmaculado de María, pidió a todos los consagrados que ofrecieran sus vidas por la paz, en unión con el sacrificio eucarístico.

Las hermanas acogieron su invitación, y al término del retiro del 8 de diciembre de aquel mismo año, realizaron el voto de víctimas por la paz en el mundo.

 

¿Cómo conmemoran cada año el sacrificio de sus hermanas?

Cada año celebramos la Santa Misa en el aniversario del bombardeo, recordando uno a uno los nombres de las dieciocho hermanas fallecidas.

Algunas fueron rescatadas con vida de entre los escombros, como fue el caso de sor María Clara Damato, quien siguió ofreciendo su vida y murió de tuberculosis en 1948.

Su entrega no fue un hecho aislado. El monasterio renació bajo el signo de la oblación.

 

Ha mencionado a Sor María Clara Damato. ¿Qué legado les ha dejado?

En primer lugar, su santidad brotó de la vida cotidiana, allí donde supo encontrar la ocasión propicia para vivir con fidelidad el Evangelio, haciendo de su existencia un don de amor al servicio de la vida de la Iglesia. Rezaba de modo especial por las vocaciones y por los sacerdotes.

Fue un reflejo del luminoso ambiente espiritual que la comunidad siempre ha procurado cultivar. Su testimonio no fue un hecho aislado, sino la expresión más visible de una realidad más amplia que la rodeaba.

En las crónicas del monasterio se encuentran anotadas las vidas de diversas hermanas, y no es raro leer al final de sus biografías: “murió en olor de santidad”. Sor María Clara Damato es la figura más destacada de una dimensión de santidad que la comunidad vivía entonces y que aún hoy sigue tratando de vivir.

 

¿Cuál es vuestra relación con las Villas Pontificias?

Mantenemos una relación muy hermosa y colaborativa, que no se limita únicamente a las Villas Pontificias, sino que se extiende también al Gobernación del Estado de la Ciudad del Vaticano. Con los Responsables, Directores y empleados celebramos encuentros de oración y de fraternidad.

Nuestro más sincero agradecimiento va dirigido a los distintos Presidentes de la Gobernación que se han sucedido en las últimas décadas, entre ellos el cardenal Fernando Vérgez Alzaga, y de manera especial a la actual Presidenta, Sor Raffaella Petrini.

Uno de los vínculos más importantes que mantenemos con la realidad vaticana es precisamente nuestra oración, que se convierte en una ofrenda cotidiana por la misión de todos los miembros de las Villas Pontificias y de la Gobernación, al servicio del Santo Padre y de la Iglesia.

 

Ustedes elaboran artesanalmente objetos en madera de olivo. ¿Cómo surgió esta pasión y cómo la desarrollan en el día a día?

Trabajar la madera de olivo es algo que nos entusiasma y lo realizamos como medio de sustento para la comunidad.Pero no solo eso: se convierte también en una oportunidad para compartir con los más pobres los frutos de nuestro trabajo. Además de ofrecer nuestras oraciones por los misioneros, compartimos con ellos lo que tenemos.

Lo más bello —como nos enseña santa Clara— es que el trabajo de nuestras manos es una gracia que nos hace partícipes de la misma creación. Sentimos que las manos del ser humano y las de Dios se entrelazan en un único gesto creador.

Recientemente hemos tenido la alegría de donar crucifijos de San Damián y distintos cuadros al nuevo jardín de infancia que la Gobernación ha abierto para los hijos de los empleados. Además de que está dedicado a san Francisco y santa Clara, para nosotras es muy significativo que haya en él objetos salidos de nuestras manos, como una contribución concreta y como signo de nuestra oración por los pequeños que lo frecuentan y por sus familias. Es una ocasión para expresar nuestro afecto y nuestra oración por la Gobernación, de la que nos sentimos profundamente cuidadas.

 

¿Qué tipo de madera utilizan?

Toda nuestra producción artesanal está realizada en madera de olivo.

Vendemos nuestros artículos, que pueden verse tanto en nuestro sitio web como en la exposición instalada en la portería del monasterio.

A este respecto, en el reciente encuentro con el Papa León, le hicimos entrega de un icono de Cristo Pantocrátor creado especialmente para él, elaborado sobre madera de olivo.